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  • Foto del escritorSilvina Evangelista

El jardín de Marta de Julieta Vivas

Actualizado: 6 ene 2021

No siempre nos preguntamos dónde empieza algo. Tal vez sea porque la mayoría de las veces nos es imposible determinar su origen. En el flujo constante los acontecimientos se suceden unos a otros haciendo imperceptible el momento preciso de su comienzo. Sin embargo, algunas veces conocemos el principio de las cosas, y cuando esto sucede es interesante pensarlo.


“La muestra nace de dos objetos: la manta y el vestido”. Ambos fueron recogidos en la calle por la artista que, entre varias cosas desechadas en un contenedor, decidió apropiarse sólo de estos dos, como si en realidad ellos la encontraran a ella.


Tanto la manta como el vestido tienen en común algunas características: lo añejo, la suavidad de la tela, la belleza de su confección y del bordado, la languidez de la caída y la estrechez de su talla. Pienso que dos palabras los definiría, delicadeza y fragilidad. Ambos a su vez están atravesados por una “interrupción”. El vestido muestra un roto remendado, que lejos de haber sido realizado con puntadas que pudieran unir sutilmente el tejido, se deja ver. Ahí hubo una herida, un desgarro y quiso ser arreglado. Por su lado la manta es atravesada, literalmente, por un alfiler. Un alfiler que se clava en la tela, sin función alguna, porque donde está colocado no sostiene ni une nada. Sólo hiere el tejido de la manta, imprimiendo dos agujeros más grandes que los de su trama.


A partir de acá surge la obra, de la huella de esa “herida en el corazón”. Una herida latente y expuesta que pidió ser sanada. Como si los objetos hubieran elegido a la artista para que transforme el dolor en arte. En torno a esto se produjo un diálogo que dio lugar a dibujos, bocetos, investigaciones, lecturas, zurcidos, bordados y fantasías… al punto de que la artista creara a esa Marta y le atribuyera sus propios gestos. Porque “la construcción de Marta es una imagen de ella misma”, que se proyecta en la acción incansable de repetición que implica coser o bordar. Cada puntada conlleva una postura corporal, un movimiento de las manos, una precisión de los dedos, obliga a fijar la mirada y el pensamiento que, por eso, nunca se detiene.


¿Qué hubo detrás de esa acción? ¿Hubo dolor, tristeza, imposición? Hoy la artista elige esta técnica, pero se pregunta si esa Marta - que puede y pudo haber sido tantas otras Martas – había podido elegir. Ella vino entonces a exorcizar esos sentimientos encontrados, a exponer la herida y a curarla.


Por otro lado, el trabajo de sublimación referido a las plantas destaca las propiedades cicatrizantes y astringentes de las mismas, son plantas que “sirven para problemas cardíacos” por no decir problemas del corazón. Aparece la contención, el abrazo, el amor de la artista hacia esa mujer imaginada.


“El jardín de Marta” germinó de la fragilidad, de “las lágrimas (que) riegan las semillas que nacerán después”1. Posiblemente las lágrimas derramadas sobre estas telas tardaron en germinar, pero lograron potenciar lo máximo de su belleza. Porque no fue necesario encubrir la herida ni disimular el roto, por el contrario su exposición nos permitió entender la fragilidad como el punto por el que nace la fuerza, el poder transformador, la creación. Cuando algo se rompe, o es herido, no vuelve a ser igual, esa interrupción o intervención siempre lo transforma.


Pienso, entonces, en las marcas que el tiempo deja, que somos eso que se imprime en nuestros cuerpos.

Notas: El entrecomillado corresponde a palabras o expresiones de la propia artista / La cita 1 es de @nono.rueda


Escribí este texto para la muestra "El jardín de Marta" que se realizó en la Salita de la Estación Sud, en Bahía Blanca, en el año 2019. Podés seguir la obra de Julieta en @doraenlavereda




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