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  • Foto del escritorSilvina Evangelista

Sobre la belleza



Por supuesto que se que no es original este título, y una de las razones por las que lo elegí, es que quiero que se sepa desde el principio sobre qué voy a escribir. No me interesa captar la atención de los lectores con falsas promesas, o tal vez sea que no se pueda hablar de la belleza más que directamente. Pienso que hasta a Roland Barthes no se le ocurrió un título mejor para el ensayo que dedicó a la obra Sarrasine de Balzac y lo tituló simplemente “La belleza”.


Otra de las razones por las cuales elegí el título es porque me interesa traerla a nuestra conversación en un lugar protagónico. Creo que la simpleza de la palabra encandila por sí misma y no tenemos más opción que cerrar los ojos y detenernos a escucharla.


El cuento que sirve de excusa para ponerme a escribir se titula Leyenda quizás un poco china, de Amélie Nothomb * y siempre que lo leo, me obliga a preguntarme ¿Qué es la belleza? Un tema que además me interesa desde un lugar profundo, porque una parte importante de mi propósito al hacer filosofía es aportar belleza al mundo. El modo en el que quiero hacerlo pretende ser peculiar y auténtico, y por eso la pregunta me interpela personalmente.


Si la pienso en su carácter de idea, es decir como abstracción, la belleza es nada, es intangible, y sólo podrá adquirir materialidad en relación a los objetos con los cuales se la vincule, que no son más que aquellos que socialmente hemos convenido en atribuirles la categoría de belleza. Sin embargo, cuando la pienso desde mi percepción, encuentro que la belleza está en todas partes, porque en mayor o menor medida, participa de todas las cosas.


Generalmente la belleza encanta, asombra, pero también puede aburrir o empalagar. La belleza no es algo que simplemente es, también puede ser manipulada (es decir, creada y destruida). Suele decirse que la belleza es efímera, pero de alguna manera logra permanecer y hacerse eterna. La belleza puede adquirir múltiples formas, materializarse en el campo físico, atravesar los cuerpos como vibración, o habitar el mundo conceptual con aspecto de idea. La belleza seduce, engaña y manipula. Es difícil ser indiferente a la belleza. La belleza es una imagen que en mi mente brilla y a la que se le desdibujan los bordes.

¿Qué significa esta imagen? ¿Qué es lo que está pasando ahí?


Hablar de la belleza no es una tarea sencilla. Barthes dice que no puede explicarse realmente. “La belleza se dice, se afirma, se repite en cada parte del cuerpo, pero no se describe. Como un dios sólo puede decir “Soy la que soy”. Sólo le queda al discurso afirmar la perfección en cada pormenor y reenviar el resto al código que inaugura toda belleza: el arte.”


En este sentido a la belleza, siempre le es negado un predicado directo. Porque la belleza es ¿qué? La belleza no es, sino que todas las cosas pueden o no, ser una parte de ella.


El príncipe Pin Yin estaba harto de la belleza, en el admirable Palacio de las Nubes todo era demasiado bello. Esto entristecía y aburría al joven que soñaba con descubrir la fealdad, pues estaba convencido de que sería mucho más divertida e interesante que la belleza.

Pero ¿qué le llevaba a creer que esa belleza que lo envolvía existía realmente? ¿Por qué pensaba que su opuesto era posible? ¿Qué escondía en realidad, su tristeza y aburrimiento?


Barthes, en un intento por clarificar su pensamiento, dice que el código que inaugura toda belleza es el arte. No creo que con esta expresión logre ampliar nuestra comprensión del tema, aunque afortunadamente aporta ejemplos que pueden ayudarnos. Dice que para hacer referencia a la belleza se recurre inevitablemente a una tautología: “un rostro de un óvalo perfecto” o a la comparación: “bella como una virgen de Rafael”. Concluye entonces, que de esta manera la belleza siempre es remitida a una infinidad de códigos: Bella como Venus. Pero, se pregunta luego: y ¿Venus? ¿es bella como qué?


En el análisis estilístico que hace Barthes determina que sólo hay una manera de detener la réplica de la belleza, y se trata de “ocultarla, volverla silenciosa, inefable, afásica, remitir el referente a lo invisible, ocultar bajo el velo a la hija del sultán, afirmar el código sin realizar (sin comprometer) su origen.”


Ahora me pregunto por qué me enredé en este discurrir conceptual, que me enfrenta cada vez más al vacío del término y a una tarea que parece infinita si pretendo descubrir el origen de la belleza.


Cuando empecé a escribir este artículo tenía dos imágenes en la mente. La primera surgió del título del libro de Amélie: Brillante como una cacerola. La imagen que vino a mi mente fue la de un papel de aluminio que, tras ser abollado, fue vuelto a estirar. Tiene las marcas que se dibujan como surcos o fisuras que lo atraviesan. Esa imagen me encandila. Es todo brillo, y a la vez no tiene límites, puesto que no veo sus bordes.


¿Qué tiene que ver esto con la belleza? En principio nada, la belleza es la idea que se me aparece como imagen en segundo lugar.


La primera imagen no es el relato, no me dice lo que voy a decir. Por el contrario, frente a esa imagen no digo nada. Me quedo en silencio. Pero esa imagen dicta la forma que adquirirá mi texto. Y me habla de ideas sueltas que centellean en el brillo del papel, que se filtran por sus grietas y que se mueven libremente en un loop de infinitas combinaciones.

Eso es lo que está pasando en esa imagen, que tal vez, al igual que la belleza de Barthes no se pueda explicar.


Existe, sin embargo, una figura retórica que restituye el vacío del término que mencioné antes. Es la catacresis (un término poco bello que utiliza Barthes). Por ejemplo, “no existe palabra posible para denotar las alas del molino o los brazos de un sillón, las alas y los brazos son automáticamente metafóricos. Esta es una figura fundamental, porque habla alrededor de un término comparado vacío: figura de la belleza.”


El príncipe fantasea con conocer la fealdad. ¿Qué esperará de ella? ¿Poder explicarla?

“De la belleza sólo tenemos un discurso que habla eternamente de ella sin poder explicarla. Es un círculo vicioso, una tautología. No conduce a nada. Porque es una ilusión de los sentidos.”


Recuerdo ahora una expresión de Baudelaire en la que plantea que lo bello es siempre raro, y que lo que no es ligeramente deforme, presenta un aspecto inservible. Me interesa que no piensa lo feo como lo opuesto a lo bello, sino que trae la de idea de lo deforme. Y pienso entonces en lo monstruoso que, como la belleza, también es una construcción conceptual.


Tchang pintó el retrato más horroroso de toda su carrera. Desfiguró a la princesa, adornándola con todos los defectos que había suprimido en las otras jóvenes. El resultado fue una criatura monstruosa. Una criatura que el príncipe amó. Porque encontró en ella el goce que la imagen bella le había vedado. En los quiebres, en las fisuras, en las heridas, en las cicatrices, conoció el erotismo de una imagen deformada.


Por su parte ¿Qué habrá sentido la princesa Mirza de Morpiong? ¿Cómo habrá entendido su destino de transformación? ¿Realmente desapareció su belleza? Y es que acaso ¿puede ser destruida?


La princesa bella no se puede explicar, pero ahora, devenida monstruo viene a contarnos otra historia. La palabra monstruo, tiene en su origen griego y latino las palabras recordar, advertir y mostrar. ¿Qué recuerda o advierte el monstruo? ¿Qué revela? ¿Qué muestra?

El monstruo, la figura monstruosa, sólo existe para ser leída. Su cuerpo no es real, es una construcción (en este caso una desfiguración). ¿Qué se lee, entonces, a través del cuerpo desfigurado de la princesa? ¿Qué miedos y deseos la han engendrado? ¿Serán los mismos que crearon la belleza?



Notas

*"Leyenda quizás un poco china" es un cuento de Amélie Notomb que aparece en su libro Brillante como una cacerola de Edit. Alfaguara

Si no lo leíste podés escucharme a mí leyéndolo en un live de IG, cuya grabación encontrás en la sección de Reels, ingresando en el siguiente botón:



*Todas las citas que aparecen entre comillas son del texto "La belleza" de Roland Barthes, que aparece en su libro S/Z.



*La imagen de portada es una fotografía tomada por mí del libro mencionado de Amélie Nothomb, ilustrado por Kikie Crevecoeur.




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