Hay algo del retrato que fascina. Es casi imposible no detenerse frente a esos ojos que nos miran y que al acercarnos no hacen más que devolver una imagen: la de nosotros mismos. Quedamos así inevitablemente atrapados en la obra, formando parte de ese universo de percepción.
Más allá de los recursos estilísticos utilizados, que hacen de éste una de las técnicas más maravillosas del mundo del arte, el retrato involucra dos aspectos que merecen mi total atención: el reflejo y la mirada.
La muestra lleva como título “Somos espejo” y las obras que la integran están atravesadas por esta concepción desde el primer trazo esbozado. Cada pincelada no es más que el gesto desesperado de la artista por expresar sus sentimientos, por plasmar en la tela su manera de ver y entender la realidad, por reflejar su alma en esos ojos que durante el proceso creativo se convierten en los íntimos testigos de su acción.
Una vez terminada la obra, ésta busca otros ojos para interpelar. La obra nos persigue con su mirada. Nos toca, nos siente. La obra manifiesta su sensibilidad frente a nosotros, espectadores, haciéndonos cómplices de su dolor, de su soledad o de su alegría.
¿Será que acaso siempre buscamos a ese otro que nos constituya, frente al cual podamos desnudarnos y justificar nuestra existencia?
Jean Paul Sartre expresó con especial genialidad: “Si hay otro, quienquiera que fuese, donde quiera que esté, cualquiera fueran sus relaciones conmigo, sin que actúe siquiera sobre mí sino por el puro surgimiento de su ser, tengo un afuera, tengo una naturaleza; mi caída original es la existencia del otro.”
A lo mejor parece que no tiene nada que ver, pero en el arte, en la representación y sobre todo en el retrato, se da, como en un juego de espejos, esta especie de reproducción de la imagen al infinito. Si miras tus ojos en un espejo ¿qué ves?
Este texto lo escribí para la muestra virtual “Somos espejo” de Giselle González Gioia que se realizará en breve.
Giselle vive en la ciudad de Buenos Aires y podés seguir su obra en @gi_gioia_arte
