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  • Foto del escritorSilvina Evangelista

Suely Rolnik, una nueva suavidad

Actualizado: 6 ene 2021

"Ya sabemos que la familia se ha desmoronado. No es algo nuevo. De ella quedó una determinada figura de hombre, una determinada figura de mujer. Figuras de una célula conyugal. Pero ésta también se está "desterritorializando"a pasos agigantados. El capital ha desvalorizado nuestra manera de amar: estamos completamente fuera de la escena. A partir de ahí, son muchos los caminos que se esbozan: del apego obsesivo a las formas que el capital ha vaciado (territorios artificialmente restaurados) a la creación de otros territorios de deseo."


Así comienza Una nueva suavidad, un texto escrito por Suely Rolnik que invita a pensar la posibilidad del amor en el mundo actual, un mundo regido por el capital que, como señala en lo que cité antes, se ha encargado de vaciar las formas que hasta el momento conocíamos. A la vez, a través de su planteo, propone cuestionar los roles de quienes integran la figura conyugal, remitiéndonos al origen de esa construcción conceptual.


Pero sigamos leyendo: "En uno de los extremos está el miedo a la desterritorialización frente al que sucumbimos: nos encarcelamos en la simbiosis, nos intoxicamos de familiarismo, nos anestesiamos frente a toda sensación de mundo, nos endurecemos. En el otro extremo -cuando conseguimos no resistir a la desterritorialización y, zambullidos en su movimiento, nos convertimos en pura intensidad, en pura emoción de mundo- nos acecha otro peligro. La fascinación que la desterritorialización ejerce sobre nosotros puede ser fatal: en lugar de vivirla como una dimensión imprescindible de la creación de territorios, la tomamos como una finalidad en sí misma. Y, completamente desprovistos de territorios, nos fragilizamos hasta deshacernos irremediablemente."


Vemos que aparece la noción de 'desterritorialización' un término que la autora trabajó en la línea de Deleuze y Guattari, que tiene que ver con pensar el territorio, su destrucción y su nueva construcción como procesos concomitantes, fundamentales para comprender las prácticas humanas. En las palabras de estos autores diríamos 'territorialización', 'desterritorialización' y 'reterritorialización'. En el libro Micropolítica: Cartografías del deseo, que escribió junto con Felix Guattari, y donde además está incluido el texto que estamos comentando, encontramos una posible definición del término: "La noción de territorio aquí es entendida en sentido muy amplio, que traspasa el uso que hacen de él la etología y la etnología. Los seres existentes se organizan según territorios que ellos delimitan y articulan con otros existentes y con flujos cósmicos. El territorio puede ser relativo tanto a un espacio vivido como a un sistema percibido dentro del cual un sujeto se siente una cosa. El territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación fichada sobre sí misma. Él es un conjunto de representaciones las cuales van a desembocar, pragmáticamente, en una serie de comportamientos, inversiones, en tiempos y espacios sociales, culturales, estéticos, cognitivos."


Habiendo aclarado estas nociones (aunque no se entiendan del todo) podemos avanzar y comprender lo que quiere decir cuando plantea que "entre esos dos extremos, o esas diferentes maneras de morir, se ensayan desgarradamente otras maneras de vivir. Y todos esos vectores de la experimentación coexisten, muchas veces, en la vida de una misma persona."


La autora sigue su texto haciendo alusión a dos personajes de la mitología griega. Remitir al mito es interesante, porque las historias mitológicas relatan un acontecimiento que tuvo lugar en un tiempo primordial, es decir, en el comienzo de los tiempos. Los mitos cuentan cómo una realidad ha venido a la existencia, sea ésta una realidad total (el cosmos, por ejemplo) o sólo un fragmento (una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución, en este caso en particular, se trata de una figura conyugal, o la institución del matrimonio).


Suely Rolnik va a hablar de Penélope y Ulises, porque la figura conyugal que este mito origina (o la institución del matrimonio como la conocimos durante siglos) es lo que ella quiere cuestionar.


Pero primero recordemos esta historia. Los personajes son Ulises, su esposa Penélope y el hijo de ambos, Telémaco. Ellos eran los gobernantes del reino de Itaca. Al poco tiempo de nacer su hijo, Ulises fue convocado para participar en la guerra de Troya, y aunque en principio no estaba de acuerdo en dejar a su joven familia, no tuvo más remedio que unirse a la flota que partió hacia aquella ciudad. La guerra duró 10 años y cuando Ulises logró iniciar la vuelta a casa, se le impusieron una diversidad de obstáculos que provocaron que su viaje de regreso le tomara otros diez años.


Mientras tanto, en Itaca, Penélope ya no sabía qué hacer para distraer a los pretendientes que la acosaban. Tras tantos años de ausencia, creían que su marido estaba muerto y ansiosos por ocupar su lugar en el reino, la visitaban cada día. Pero ella sabía en el fondo de su corazón que Ulises estaba vivo y que tarde o temprano volvería. Entonces, para ganar tiempo, ideó un plan. Anunció que elegiría a uno de ellos, pero que lo haría recién cuando terminara de tejer un sudario.


Con eso los convenció, y como no sabían cuánto tardaría en concluirlo se pasaban los días esperando, incluso iban a verla tejer, y podían apreciar con sus propios ojos que la tarea le demandaba horas y horas. Pero lo que nadie sabía es que por las noches deshacía en secreto el trabajo que había hecho durante el día. De esta manera nunca acabaría de tejer. Con esta estrategia logró postergar tener que casarse con uno de esos hombres, hasta que finalmente Ulises regresó.


De este mito podemos destacar cuatro aspectos: Primero, el amor de Ulises y Penélope; segundo, la imagen de Penélope tejiendo; tercero, el hecho que según el mito Ulises siempre haya tenido en sus pensamientos a su esposa e hijo; y cuarto, el tejido, tejer como acción arquetípica.


El mito muestra una relación amorosa capaz de resistir el paso del tiempo, las tentaciones y la separación prolongada. Esto fue posible porque cada uno de ellos mantuvo la fe el uno en el otro y porque sostuvieron sus ideales.


La imagen de Penélope tejiendo ha recorrido la historia de la literatura y ha captado la imaginación de los lectores. Se trata de un sudario que teje de día y deshace de noche. ¿Qué puede significar esto? Es la clara imagen de su lealtad. A su vez el sudario representa o refleja el motivo de la muerte: en este caso la muerte del amor, el olvido del pasado, el final de los lazos anteriores, el apego. Mientras todos la ven ella continúa el trabajo, pero por las noches, en soledad, lo deshace, lo que puede significar que ella se niega a renunciar al amor, al recuerdo, o al pasado entretejido que los une.


El viaje de Ulises de regreso a casa es relatado por Homero en La Odisea, y allí cuenta que siempre que se encuentra en peligro, evoca en sus pensamientos a su esposa y a su pequeño hijo. Eso es lo que lo salva, lo que lo obliga de alguna manera a sostener el rumbo: volver junto a ellos. Lo mantienen alineado en sus valores y deseos.


Por último, el tejido es la imagen de la vida misma. Hilos que se entrelazan. Hilos que no son más que experiencias, sentimientos y acontecimientos. Muchas veces utilizamos esta palabra para hacer referencia a que todos tejemos nuestra propia historia.


Veamos ahora en qué consistió el viaje de Ulises. Tras una decisiva intervención en la guerra de Troya, junto a sus hombres, emprendió la vuelta en doce barcos con destino a Itaca. Él deseaba con ansias regresar y reencontrarse con su esposa y con su pequeño hijo, pero los dioses le habían preparado un largo y accidentado viaje. Las aventuras de Ulises durante este viaje constituyen en su totalidad la obra que señalé antes, titulada La Odisea, y allí se cuenta que justo después de salir de Troya, las embarcaciones llegaron al istmo de Tracia, la ciudad de los Cicones y aunque consiguieron salir de ahí, perdieron varios compañeros en el ataque. Reanudaron el viaje, pero unos vientos desfavorables llevaron los barcos a la deriva, alejándolos de la ruta a Itaca. Después de varios días de viaje llegaron al país del Loto, donde sus habitantes se alimentaban de la flor de loto. Cabe aclarar que aquellos que la probaban perdían la memoria. Al llegar fueron recibidos amablemente por los nativos del lugar, que les ofrecieron la flor para comer. Al probarla se olvidaron de todo, de su patria, de su viaje, y sólo querían permanecer allí, felices por siempre. Ulises logró convencer a sus compañeros de volver a las embarcaciones y retomar el rumbo. Luego llegaron a la isla de Sicilia, y Ulises decidió explorarla, sin saber que ahí estaba el país de los cíclopes, unos feroces gigantes con un solo ojo en el centro de su frente. Polifemo, el más malvado de todos, encerró a Ulises y sus hombres en una caverna, con la intención de comérselos. Pero Ulises, que siempre era el más hábil para sortear peligros, lo engañó con vino, lo emborrachó, y logró quitarle su único ojo; de este modo pudieron escapar. Pero resulta que el cíclope era hijo de Poseidón (dios de los mares) que descargó su ira sobre Ulises y lo persiguió con terribles tempestades que lo alejaron aún más de Itaca. Así se sucedieron una serie de peripecias, hasta llegar a la isla de Eolo, el guardián de los vientos, que decidió ayudarlos encerrando los vientos desfavorables en una bolsa de cuero, pero los compañeros de Ulises abrieron la bolsa y los dejaron escapar. Arrastrados por esos vientos, llegaron a una ciudad llamada Telepilo, en la que unos caníbales gigantes destrozaron todas las embarcaciones menos una, gracias a la astucia de Ulises. La siguiente parada fue en la isla de Ea, donde una maga llamada Circe convirtió a los compañeros de Ulises en cerdos, aunque nuestro héroe consiguió, con la ayuda de Mercurio, devolverles la forma humana. Después de escapar de las sirenas, que con sus cantos hacían naufragar a los marineros, y luego de zafar de unos terribles monstruos marinos llegaron a la isla de Trinacia. Allí los hombres de Ulises atacaron a los animales (que resultaron ser sagrados), y por eso Zeus los castigó destruyendo con sus rayos los navíos y matando a todos, menos a Ulises. Solo y con la embarcación destrozada fue a parar a la isla de Ogigia, donde vivía la ninfa Calipso. Ella lo retuvo siete años a su lado. Sin embargo él nunca olvidó su hogar e invadido por la nostalgia que le producía el recuerdo de su familia, logró escapar de la isla. Pero Poseidón lo reconoció en el medio del mar y destrozó la balsa en la que viajaba. Igualmente consiguió llegar a la costa y con la ayuda de los reyes del lugar pudo por fin regresar a su casa.


Volvamos ahora a pensar esos dos extremos que mencionaba Suely Rolnik. O como dice ella, esas diferentes maneras de morir entre las cuales se ensayan otras maneras de vivir.


La autora elige este mito, porque entiende a Penélope y a Ulises como los supervivientes del naufragio de la familia, y porque considera que ellos encarnan en todos nosotros hombres y mujeres, de alguna manera, iguales, pero que sólo varían su estilo (una situación que nos arrastra hacia "esa maldita simbiosis que nos persigue"). Esa voluntad de espejo, dice ella, es una especie de sed insaciable de eterno, de absoluto. Esa simbiosis, o ese querer ser como ellos, querer encajar en esas figuras, nos aleja en realidad, de todos los hilos del mundo, nos aparta de la posibilidad de estar tejiendo nuestros propios territorios, nos aleja de la posibilidad de estar tejiéndonos. ¿Cuáles son esos extremos? ¿Cómo lo piensa la autora? En un extremo ubica la inmovilidad "malhumorada" (agrega) de Penélope, que teje, pero siempre los mismos hilos; y en el otro extremo ubica el movimiento compulsivo de Ulises, que nada teje. ¿Qué vamos a encontrar entre esos dos extremos? La respuesta no es muy alentadora, porque dice que en el medio está siempre el mismo tedio, la misma impotencia y la misma angustia.


Transcribo textual, porque es hermoso cómo lo dice: "Las Penélopes tejen, pero siempre lo mismo: el amor por Ulises. Hilos, humanos o no, no son nada para Penélope: los rechaza todos, o ni siquiera los percibe. Su argumento es la eterna actualidad del tejido que teje para (y con) Ulises, obra que le lleva todo el tiempo y todo su espacio. Un tejido que cada noche deshace y que reinventa cada día. No es por gusto de tejer que teje, sino por gusto de reproducir el tejido, la imagen de ese amor. El mundo se vuelve así absoluto: ella y el otro (Ulises) dentro de ella. Penélopes eternamente condenadas a la voluntad de permanecer.


Los Ulises viajan, no tejen. Andan por todas partes sin estar en ninguna parte. Hilos, humanos o no, no tejen, pero son pedazos-imagen de un mundo del que Ulises intenta apoderarse en cada aventura. El mundo se vuelve así absoluto, Ulises y el otro (todas las otras) que él penetra. Pedazos cuyo montaje forma una imagen de mundo. Ulises eternamente condenados a la voluntad de partir."


Éste es apenas el planteo a partir del cual Suely Rolnik propone una lectura sumamente interesante acerca de los vínculos de pareja basada en esta imagen conyugal, creada en el relato mitológico, y cómo la misma, reproducida hasta el cansancio, persiste aún en todos nosotros. Lo interesante también es la introducción de la noción de territorio, para pensar eso que está dado (incluídas las figuras de lo femenino y lo masculino), eso a lo que nos aferramos sea uno o el otro extremo (por miedo a la desterritorialización) y eso que podríamos crear si fuéramos concientes de nuestro poder creador. ¿Qué podríamos crear? Nuevos territorios que nos permitirían superar ese deseo de absoluto al que la autora hace referencia, o esa simbiosis que resulta de una u otra postura. Porque si bien "Penélope controla el tiempo: teje la trama de la eternidad, y Ulises controla el espacio: monta la imagen de la totalidad" no resultan más que dos estilos complementarios que representan una y otra vez la misma escena. Y lo que se impone como necesario es que a lo largo de los encuentros se construyan nuevos territorios, nuevas escenas donde haya lugar para una nueva suavidad.



* Suely Rolnik nació en Brasil en el año 1948. Es psicoanalista, crítica de la cultura y docente en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo. Durante su exilio vivió en París (entre 1970 y 1979), donde se graduó en Filosofía, en Ciencias Sociales y en Psicología, y donde también estableció vínculos muy cercanos con Gilles Deleuze y Felix Guattari, siendo coautora con este último de varios libros. Algunas de sus obras más notables son: Cartografía Sentimental: Transformaciones contemporáneas del deseo; Inconciente antropológico; Micropolítica: Cartografías del deseo; y Esferas de la insurrección entre otros. Su investigación actual se basa en las políticas de subjetivación y dos nociones importantes que introdujo en su trabajo fueron las de "fragilidad" y "cuerpo vibrátil".



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